viernes, 17 de julio de 2020

EL COVID, sus insensibilidades y las justicias de la justicia

EL COVID-19 y sus cosas. Hoy voy a pagar una multa por estar en la calle fuera de horario. Salí del trabajo a casa y me bajo en una parada en la que tomo un taxi para llegar a mi hogar. No tenía más efectivo (por descuido, por la razón que sea, por irresponsabilidad mía si así lo quieren decir). Decido intentar entrar al supermercado para sacar dinero del cajero. Había dos unidades de la Policía verificando a quienes entraban al supermercado.

Yo estaba fuera de hora porque mi horario para trámites es mucho más temprano (estaba en mi oficina a esa hora). Me dicen que no puedo entrar, explico que necesito efectivo para acabar de llegar a casa. Una de las unidades comienza a gritar. Me quedé sorprendida porque yo solo hice una pregunta. Cualquiera en la fila lo puede reafirmar. Esta persona estaba muy alterada, evidentemente por otras razones o harta de estar ahí parada, lo que sea. Yo le digo: por qué gritas, pues continuó gritando como si estuviera pasando algo muy fuerte. Al yo decirle eso, gritando dice: no te muevas que voy a llamar a la patrulla.

En realidad estaba ahí viendo cómo resolvía mi llegada a casa por la falta de efectivo. Es decir, en ningún momento me moví de donde estaba parada, a unos metros de donde ellos revisaban. Llega la patrulla y comienza a informar el suceso. Les pregunto que si puedo escuchar qué dicen de mí. Tenía la sospecha de que iba a decir algo que no era cierto para justificar que me llevaran, además de que no estaba en mi hora para hacer trámites pero sí contaba con mi permiso para movilizarme por trabajo (y en eso estaba).

Me encerraron en el patrulla y me dijeron que no podía escuchar. Me llevan a un Juzgado de Paz y allá nunca me dejaron explicar nada. La jueza me dice que una vez allí me tenía que multar por lo que había dicho la policía. Yo estaba intentando entrar a un supermercado fuera de hora y no fue que me puse brava ni entré porque sí. Solo indiqué que necesitaba efectivo. Al escuchar eso la jueza dice: yo mando a mi marido a hacer mis mandados, usted puede mandar a una persona. Yo le respondo: no tengo marido, soy la única adulta en mi casa. Me dice sorprendida ¿usted vive sola?, Sí, vivo sola, eso es raro. Me dice: no tiene otra familia acá. Pues tampoco. No veo cuál es el problema con eso. Encima me pregunta por el dinero y le digo que no tengo. ¿Pero usted estaba en el cajero?, indica. Le recuerdo que justo no me habían dejado entrar al cajero y que me había llevado a una Casa de Paz que queda lejos de mi casa y sin efectivo conmigo porque todo esto ocurrió en mi intento de obtener efectivo y que esa necesidad coincidiera con el mal humor de una unidad de la Policía.

Ella, apurada por salir (lo cual lo entiendo, yo siempre quiero irme pronto a mi casa) me dice que no hay otra opción que la multa y que no podía llamar a Nito y decirle: cambie el decreto porque esta señora no tiene quién le haga los mandados. Ella solo debe hacer cumplir el decreto.

Allá quedé yo, a muchos kilómetros de mi casa, sin cómo acabar de llegar. Al inicio de esto no tenía cómo llegar, ahora el problema se complicaba porque estaba mucho más lejos de casa (realmente lejos) y con una multa.

Excelente forma de protegerme del COVID-19.

Estoy impactada por la reacción de la joven policía que esa tarde del 15 de julio se encontraba en El Machetazo de Hato Montaña. Aún no sé qué hice para que ella descargara tal furia a una pregunta que podía ser respondida con un “no puedes”. Pero ante una pregunta sencilla, hubo un río de lava que tenía como certeza que nada iba a cambiar esa multa porque ella es la autoridad y punto.

Lo otro que me deja marcada es la poca mediación de la jueza de paz Beatriz de Hernández. Sus preguntas, sus respuestas, sus argumentos. Ella no conoce de gente adulta que pueda no estar casada, en ella no cabe la opción de que la gente que trabaja puede tener situaciones que se escapen de sus manos. Ella no está ahí para escuchar porque ella tiene muchos problemas, me dijo; y que ella puede contar sus problemas también. ¡Tremenda justicia y excelente sentido de sensibilidad!

Acá justificamos a los grandes corruptos y tiramos a la hoguera a la gente de a pie.