sábado, 11 de julio de 2020

Y la pandemia sigue

Admito que inicié esta pandemia bastante relajada, tranquila. Pude descansar y hacer actividades que en otras condiciones nunca tengo tiempo. Pasé más de dos meses en casa y por fin pude saborear de levantarme, desayunar con calma, encender la computadora, ver el trabajo, estudiar con los niños y cocinar lo que se me pasaba por la mente.

Tras dos meses de estar en cuarentena hice una publicación diciendo que realmente no era una tortura para mí. En casa tengo todo lo que necesito.

Eso no ha cambiado. En casa sigo teniendo lo mismo que hace 4 meses, afortunadamente. Adicional, ya no siento que me falta el aire con la mascarilla. Incluso ya no estoy en casa todos los días. Ahora salgo a trabajar y a mi rutina se vuelve a agregar el trayecto de casa a la oficina y las conversaciones laborales en físico.

En esta etapa ya tengo otro contacto humano adicional a mis hijos. Si me pongo a pensar en qué me hacía falta antes de esto, creo ese tipo de contacto humano no es precisamente lo que más extrañaba. Aclaro: mi trabajo me encanta.

Pero justo ya con más libertades es que llegó a mí el estrés, la angustia, un huracán de emociones. Realmente hoy digo: estoy harta del COVID-19.

Aunque salgo de casa todos los días, extraño a mis amigos, hablar con la otra gente linda que es parte de mi vida y que desde hace más de 4 meses no abrazo, no beso, no aprieto.

Entonces las noticias no ayudan mucho. Aunque soy periodista no soy muy fanática de los noticieros en estos días. No obstante uno no puede escapar de ellas y menos siendo parte del medio. Cuando leo que la OMS dice que estamos lejos de superar esta pandemia realmente quiero llorar.

Mis amigos solo hablan de cuándo acabará todo esto, cuándo abrirán los aeropuertos para cruzar libremente fronteras. En medio del COVID surgen o se exponen más otras necesidades que solo alimenta sus angustias y las mías.

Sigo considerándome afortunada. Aunque esta semana que pasó llegué a acumular tal nivel de estrés que me dolía el cuello y la espalda. Soy de las que pienso que gran parte en esta vida depende la actitud… hasta cuando la actitud se encuentra con la vida real.

Cuando ya estaba con el vaso lleno y la ansiedad me estaba quemando decidí buscar un desahogue. El viernes me preparé una bebida rica y me acosté en una hamaca que recién compramos y simplemente dejé que el tiempo pasara. En eso converso con un amigo que me contó de una fiesta virtual. Me pareció atractiva la idea.

Llegado el sábado realicé mis rutinas de siempre, la limpieza, las tareas, las clases virtuales de los niños y cuando fue cayendo la tarde alisté todo para la fiesta. Con la casa en orden, entró la noche y me arreglé con la misma emoción que cuando iba a una disco. Me peiné, maquillé y vestí (no me puse zapatos). Me mentalicé en rumbear desde la sala de mi casa, frente a la cámara de la laptop, pero a rumbear.

A las 9 la música era atractiva pero no muy estrepitosa. Había ambiente. Luego fueron fluyendo los ritmos y la mente y el cuerpo entrando en calor. Canté y bailé hasta las 2:30 de la madrugada.

Al amanecer, como cada domingo, alisté todo para la reunión de la iglesia. Es la reunión virtual más importante desde que inició la pandemia. No se compara con la fiesta de la noche anterior. Ahí se siente un gozo muy especial, una conexión vital. Para esto los niños y yo nos vestimos como si tuviéramos que ir al culto en la capilla. También me maquillo y a veces me arreglo el cabello.

Acabado el culto suelo tener una especie de receso, en el que no hago nada. Otra vez aproveché para estar en la hamaca. Entonces llegó otra cita social. Un concierto de música clásica. Admito que no era una idea que me atrajera mucho. Yo en el año voy a decenas de conciertos de música clásica y los disfruto porque veo a gente conocida, saludo, converso a la salida o a la entrada y verlo en vivo tiene un significado para mí.

No me imaginaba frente a una computadora o con mi celular en mano escuchando música clásica. Pero como teníamos los boletos, cumplimos con colocar la transmisión privada. Fue majestuoso, no me di cuenta del paso del tiempo. Los disfruté tanto. Por supuesto las músicos son unas verdaderas eminencias, lo que provocó esa sensación tan fuerte en mí.

Luego salí a recoger una ropa y fue el cierre con broche de plata: la preciosa luna llena.

Atrás quedó todo el estrés y carga emocional que había acumulado. Me sentí repuesta absolutamente.

Después llegó el lunes, la oficina y las mismas historias tan humanas, tan complejas y puntiagudas, que aunque uno planee que no lo afecte, pues acaba siempre con esos problemas ajenos en la mente.

El deseo del fin de la pandemia, aunque válido, es irreal por el momento, entonces con que llegue el fin de semana me da algo de fuerza porque me puedo desconectar un poco de ella. Me meto en mi burbuja e intento recargar para sobrevivir.