jueves, 2 de febrero de 2017

La máxima representación afrocolonial del país

El Festival de Congos y Diablos celebra su décima versión. Esta actividad llegó para rescatar una cultura que peligraba. Aunque el evento ha sido exitoso, aún queda trabajo que hacer para que estos bailes vuelvan a tener la fuerza de antes, cuando representaban el epicentro del Carnaval colonense.

Publicado en revista Tacita C3

Acá la reina no es la que más dinero derrocha ni la que usa más piedras preciosas. En el congo, la máxima expresión del Carnaval de Colón, la monarca es una mediadora, una líder. Se trata de un juego-ritual completamente matriarcal, donde la mujer invita, limita y canta al ritmo del tambor africano.

A la soberana la acompaña un rey, princesas, ángeles, príncipes, el diablo tuntún y los plebeyos. A ellos se le llama el palenque, organización que toma vida cuando inicia el verano. Durante los primeros fines de semana de enero el telón se levanta e inicia la gran función, cuyos actos están marcados por el calendario católico.

Una jornada de rescate

Pensando en la preservación de esa tradición ancestral, que inició en los tiempos de la colonización, se creó el Festival de Congos y Diablos, que en el 2017 celebra su décima versión. Es un espectáculo que se realiza cada dos años en Portobelo (Colón), organizado por el Grupo Realce Histórico y la Fundación Portobelo.

Para el 18 de marzo el pequeño pueblo, casa del Cristo Negro, se prepara para recibir a miles visitantes panameños y extranjeros. Pueden ser más de lo que se imaginan, pero ya nada los sorprende. Aunque es titánica la tarea, sobre todo a la hora de recaudar fondos, estos diez años en esta compañía han demostrado la fuerza de la voz del negro congo y de su tambor.

Hoy recuerdan que durante el primer encuentro solo tenían $500.00 y les llegaron más de 300 diablos. Les tocó hacer como la multiplicación de peces, relata Sandra Eleta, una de las principales impulsoras.

Para el 2017 lo presupuestado llega a $85 mil, indica Roberto Enrique King, otro de sus voceros. Aunque actualmente cuentan con apoyo de entidades públicas y privadas, la parte económica sigue siendo el principal reto que enfrentan, porque el Festival no deja de crecer. Cuando la negra empieza a mover sus caderas, no hay quien se resista.

Justo la afluencia de público es otra situación a solventar. En la versión anterior, 8 mil espectadores fueron contabilizados por la Estación Policial de María Chiquita, lo cual es glorioso para los que hacen la convocatoria, pero Portobelo sigue siendo una pequeña comunidad costera, que tiene de un lado el mar y al otro la montaña, la misma que sirvió de refugio a los cimarrones de antaño.

King explica que pese a sus intentos de lograr un escenario más cómodo, el terreno no se puede ampliar, lo que no significa que están de brazos cruzados en cuanto a ese tema. Ellos siguen pensando qué hacer para que la danza se siga luciendo.

Un tambor que vuelve a sonar

El hijo no para de desarrollarse, y sus padres pueden ni quieren abandonarlo, porque su motivación fue preservar la cultura congo, dado que cada vez menos jóvenes estaban interesados en adueñarse de este legado. El modernismo y las demandas de la vida cotidiana se convirtieron en un enemigo para el reino de María Merced y Juan de Dios.

El rescate de la práctica centenaria es el objetivo. Y hacia allá han ido. Atraídos por ser parte de la vitrina, jóvenes de diversos barrios han formado grupos de congos y diablos, las comunidades vecinas se han propuesto mantener sus conjuntos. Incluso han surgido nuevos artesanos. Esto fue una luz para los amantes de este folclor, porque la realidad es que de a poco iba desapareciendo esta práctica de las calles.

Hace 20 años atrás, lo usual era escuchar cada verano el retumbe de los tambores y el enigmático sonido de los cascabeles. Esa bella combinación no significa otra cosa que fiesta. Las familias salían, se ordenaban a la orilla de una calle y ahí el show se desarrollaba. Todos los fines de semana era igual. El 20 de enero se levantaba la bandera blanco con negro y los pitos sonaban. Empezaba el carnaval.

El congo bailando y el diablo danzando. El opresor y el reprimido, como lo vivían los negros de la colonia, que en su asueto aprovechaban para desahogar su sentir.

Se trata de algo similar a un teatro satírico al aire libre, donde cada elemento tiene su explicación. Como los españoles, ellos tenían un rey y una reina. Las ropas andrajosas son justo una crítica contra la corona, mientras que la figura demoníaca es el malvado amo. De igual forma cada uno de los otros personajes se van presentando según la historia que cuentan a través del movimiento corporal.

De hecho en este juego-ritual hay danzas y bailes. Entre las danzas está la del rey y la reina, la de las mininas, la del pajarito y la del diablo tuntún. En ellas solo participan los personajes jerárquicos. Luego están los bailes de tambor de los negros plebeyos, en los que se escuchan rimas relacionadas a la vida cotidiana.

El juego acaba el miércoles de ceniza. Los congos y los ángeles deben atrapar a los demonios, bautizarlos y quitarles la máscara. Desde ese momento esa persona aprisionada es liberada y no puede volver a jugar hasta el próximo verano.

Pero desde hace 20 años la tradición tiene una extensión, ya que el Festival se hace después de Carnaval, fuera del calendario de Semana Santa. Se trata de un evento de exhibición, recalcan sus organizadores, al explicar por qué se hace fuera del periodo tradicional de los congos y diablos.

Si bien, en cada versión llegan más personas, atraídas por el colorido y la gastronomía colonense, aún queda mucho que hacer. King reconoce que hay una milla más que recorrer: “El festival da su grano de arena para la preservación y divulgación de la cultura de los congos, pero su ámbito de acción más allá del evento es limitado, pero estaríamos dispuestos a participar de esfuerzos conjuntos más abarcadores en el caso de que las autoridades del INAC, Patrimonio Histórico, ATP y otras instituciones relacionadas establezcan políticas y acciones dirigidas a fortalecer el cultivo de estas manifestaciones”.

El reto sigue siendo transmitir la emoción que provoca esta convocatoria a la vida cotidiana de los colonenses, y que el tambor, el cascabel, el pito y canto se vuelvan a escuchar como algo propio del verano.

Con esta actividad ha surgido una nueva esperanza que ha impactado a la población en diversos sentidos. Hoy el Festival de Congos y Diablos es la principal manifestación afrocolonial de la provincia de Colón y del país y, además, es (junto a la fiesta de Cristo Negro) la principal inyección económica de los alrededores, sigue diciendo Roberto Enrique, quien coincide con Yanilka Zúñiga, del grupo Realce Histórico de Portobelo al destacar los beneficios de la festividad.

Es que el fortalecimiento de esta cultura y su divulgación son la razón de ser de una actividad como la del próximo 18 de marzo.

Un legado netamente africano

Así como a Colón llegaron negros, otros sectores del país también son herederas del legado rítmico, pero cada región guarda su autenticidad. Si bien todos tienen tambores, cabe destacar que entre sus similitudes hay diferencias bien marcadas, destaca la profesora Doris Somoza. Por ejemplo, en el bullarengue darienita hay influencia española y su ritmo es más lento, mientras que en los congos colonenses el retumbe es netamente africano y eufórico.

Lo cierto es que la variante no solo es sonora. Lo más evidente es el vestuario. Dentro de la ropa usada en las danzas colonenses se distinguen seis tipos de polleras, señala el historiador y especialista en folclor, Ernesto Polanco. Luego de observaciones hechas por alrededor de 20 años se puede hablar de la de estampado o de flores, la de retazos, parches, tramos combinados, la de metido y el pilón portobeleño.

Polanco aclara que no es que exista un manual o norma, pero sí hay modos de usanza relacionados a los poblados. Lo importante es que quien use esta vestimenta, respete el estilo que ha acogido. Así mismo el arreglo de la cabeza, que debe ser floral, mas los peinados no tienen por qué ser iguales.

La región suele influir en los personajes de la danza y la forma cómo los llamen o reconozcan dependerá de esto. Cabe recordar que se trata de un baile con matiz teatral.

La cabeza del grupo (del palenque) es María Merced (o la Misé o Miseñoso), quien es la reina; luego viene Juan de Dios (o Juan de Dioso o Guarachate), quien es el rey; La Fabiana, princesa principal; las mininas, princesas pequeñas; El Pajarito es un príncipe, y Juan de Diosito, príncipe heredero. Dependiendo de sus habilidades se van llamando a cada uno.

Entre ellos no pueden faltar los tamboreros; las cantalantes, que pueden ser llamadas cigarras; la mujer de cadera grande, que puede ser una bolofa; la que pellizca; el gullunazo (gallinazo); el arrasa con todo, el cazador. En fin, todo lo que haya dentro de la comunidad se puede manifestar en los bailes.

A este séquito se unen los diablos, entre los que existen diversas categorías, de acuerdo al tiempo que lleven practicando. El diablo tuntún (que es el de la cultura congo) es un demonio, por lo que las máscaras deben estar influidas con rasgos humanos. Sus colores son negro y rojo, únicamente.

Los más nuevos deben vestirse de rojo y van añadiendo negro en la medida que vayan ascendiendo de rango. Los veteranos se visten totalmente de negro y entre ellos hay un diablo mayor, que es escogido por su habilidad corporal al danzar.

Estos dos grupos, congos y diablos, son todos los actores que sirven para recordar la opresión y para confiar en que el cambio para mejor llegará. Ellos son la muestra de que en medio de las limitantes, siempre hay una razón para celebrar.