domingo, 5 de agosto de 2012

Confesiones de lavamático

Ocho bolsas de ropa sucia me acompañaban al lavamático; compañía que resultaba más tediosa que amena, pero eso sí, ineludible. Con ellas y su interior interactuaría por largas horas y con ellas debía aflorar mi lado más apático.

Para desdicha de quienes no tenemos lavadora en casa, en el lavamático más cercano solo hay tres máquinas. Cada máquina tiene un ciclo que demora 45 minutos. Lo que me asegura unas dos horas cada vez que hago esta visita. Con dos horas es suficiente para no pretender permanecer un minuto más de lo necesario ahí, y menos cuando he tenido que añadirle a esas dos horas una media hora más de espera puesto que alguien se me adelantó.

Me encontraba en mi faena, tras aguardado mi turno cuando llega una mujer joven. Ella se acerca a ver qué máquinas están desocupadas y yo no tardo en aclararle que solo llevo la mitad de la ropa lavada y aún me esperan unas cuantas bolsas más. Ella solo llevaba un cartucho que seguro lavaría en un ciclo. Por un momento pensé en cederle el paso, no obstante razoné que eso agregaría 45 minutos más a mi labor. ¡No!, pensé tajantemente.

La verdad es que entendería cualquier pensamiento malévolo de la chica hacia mí. Pero no me importaba, yo llegué primero.

Para mitigar un poco la culpa que me agobiaba le expliqué que estaba desde hace rato en el lugar y que en esa vuelta ya terminaría, mientras que si le daba una máquina debería esperar 45 minutos más. "Es que lavo cada quince días", maticé.

Como si le hubieran presionado el botón de desahogo la chica me dijo: yo solo voy a lavar esta bolsa, pues el infeliz ese pudo haberlas traído en cualquier momento pero no le dio la gana. Así que le dije que me diera las llaves del carro. Evidentemente estaba molesta con alguien, asumí yo que con el esposo. "Aaah"", atiné a contestarle. Solo para decir algo le pregunté: ¿tu esposo?. "Sí", él en la semana pueda traer la ropa a lavar, él está ahí echado, él está en el día en la casa", volvió a soltar el rezo fustigador.

"Tengo un año de estar casada y me arrepiento, mejor estaba hace un año atrás", esta última frase de la chica, que ya a esa altura de la conversación conocía como Martha, me congeló y me hizo levantar la mirada hacia su rostro. Es una mujer joven, guapa, cabello largo negro, pies bien cuidados y manos delicadas. Y profesional. No dije nada, mas creo que mi cara denotó un: "¡Uy!.

Sin esperar una palabra de mi lado, la recién conocida recordaba lo feliz que era antes de casarse. "Todo ha cambiado tanto", suspiraba.

"Mira esta mañana. Nos despertamos y yo bien tranquila le pregunto qué quería desayunar y él solo encogió los hombros. Eso a mí sí me dio una rabia", describió molesta. "Y no lo puedo llamar para preguntarle dónde está pues hasta eso le molesta",siguió diciendo. En los minutos que me restaban en el lavamático conocí otros detalles de la relación de Martha y su esposo.

Cada quien podría sacar sus conclusiones sobre esta pareja y yo podría o quizás acepto que sí me he creado una idea (en la que no dejo a Martha muy bien parada). Pero no voy a detallar eso porque es su vida y en nada me afecta a mí. Lo que sí voy a decir es que en menos de un mes (seguro en los meses anteriores he escuchado a otras decenas) es la segunda persona que se arrepiente de muchas vivencias relacionadas al matrimonio...

Nadie dijo que sería fácil pero tampoco ha de ser un tormento, ¿cuántos somos capaces de hallar ese punto medio?. Un gran número de seres humanos nos equivocamos respecto al propósito del matrimonio. No solo es amor y pasión, mas tampoco puede ser sin estos dos... ¡Vaya quién da consejos!, alguien que aún ni piensa en boda, no.