sábado, 3 de julio de 2010

Té de jengibre, sopa caliente y amor

Seguro habrá miles de madres que estén convencidas de que tienen un hijo maravilloso, yo soy una de ellas. Jhosimar Raid Antioco Rivas es ese pequeño de seis (6) años que me hizo abrir este espacio.
Recuerdo con mucha claridad el día que comenzaron los dolores de parto, dos días antes de su nacimiento. En mis años de ociosa tenía la costumbre de pasar todas las noches en la calle compartiendo un rato con los muchachos del barrio (hubiese preferido usar la palabra "parkear", pero me acabo de acordar de un buen amigo a quien seguro le dedicaré un escrito uno de estos días), esa noche estuve hasta las doce jugando dominó (una afición que tengo) y luego uno de los chicos que me acompañaba me trajo hasta mi casa.
Una vez en mi hogar, sitio que todavía comparto con mis padres y hermano, me bañé y me acosté. En ese instante empecé a sentir unas punzadas en el área baja del estómago, pero no dije nada, seguí en la cama hasta el amanecer.
Esa mañana mio madre se arreglaba para ir a trabajar, mas como buena progenitora notó que yo no me sentía muy bien. En realidad no le dije de los dolores porque estaba segura de que no estaba lista para el alumbramiento. Es cierto que era mi primer bebé, pero sentía que ese no era el momento.
Mi mami (como le digo) entró en pánico cuando le dije que sí sentía unos "dolorcitos", pero que los podía soportar. A ella no le importó que yo estuviera tranquila, inmediatamente tomó la maleta -que ya estaba lista- y llamó a la casa de mi abuela. Todos quedaron contagiados por la alarma.
Mi madre y yo fuimos al hospital, y como era de esperar, una vez el médico metió su mano entre mis piernas dijo que todavía no estaba lista. Nos fuimos a la casa de una tía que vive en la ciudad, una vez ahí ellas (mi tía y mi madre) recurrieron a los remedios caseros para estos casos. Me hicieron beber un té de jengibre (que según dicen las señoras de antes, ayuda a acelerar el parto) y una sopa picante (otro acelerador de parto ,de acuerdo a otra señora que nos encontramos). Creo que los dolores se hicieron un poco más intensos, pero no creo que haya sido por las infusiones.
Volvimos al hospital , pero nada, la respuesta del médico de turno fue similar al anterior, "todavía no está lista".
Regresé a casa. Una vez de vuelta al hogar, que por cierto me quedé en casa de mi tía Silvia y no en la mía, la incomodidad en las caderas se hizo más fuerte. Ya era tarde así que antes de ir al hospital preferimos ir a la policlínica que está cerca de la casa. ¡Horror!. El doctor que volvió a meter su manos en mi vagina dio el mismo diagnóstico que los anteriores: "no está lista".
Esa noche nadie durmió en mi casa ni en casa de mi abuela ni en casa de ningún familiar que viviera a los alrededores ( y por cierto todos vivimos cerca).
En la mañana siguiente regresamos al hospital y le dije a mi madre que de ahí no me movería hasta que me atendieran. Ya no soportaba los dolores y no dilataba ni rompía fuente. El primer día de dolor me había preocupado por ponerme la bata más bonita y por llevar la cámara. Todo menos perder al glamour, pero luego de más de 34 horas de dolor ya no me importaba nada.
En una esquina sentada en el nosocomio esperaba mi turno para que un obstetra volviera a meter su mano entre mis piernas y que seguro me dijera que me fuera para mi casa. Esta vez fue una mujer. Ella tuvo el descaro de decir que podía durar hasta una semana más. "¡Loca!", pensé yo en ese instante.
Como caído del cielo apareció el doctor que me había controlado los nueve meses de embarazo. Esa fue mi salvación. Al verme le preguntó a mi mamá lo que pasaba y ella le contó todo lo que ya ustedes saben. Inmediatamente nos hizo pasar a la sala de Labor y cuestionó a la doctora sobre la falta de atención hacia mí, pues según él ya me veía bastante mal. La mujer insistió en que no era hora, pero él también presionó.
Al final accedieron a prepararme para labor. Me pusieron suero, me rasuraron, me aplicaron un enema y me rompieron fuente. Eso fue todo. Luego los dolores era más seguidos y yo misma sentía que dilataba.
A los pocos minutos yo llamaba al obstetra porque podía notar que el bebé quería salir. Al principio ellos me ignoraban (como lo hacían con el resto de las futuras madres gritonas que se encontraban en el recinto), seguí llamando y cuando se dignaron en atenderme descubrieron que tenía razón, la criatura ya se asomaba. Pidiéndome que no pujara, el doctor me dijo que caminara hasta la sala de Parto, a la que casi no pude llegar, solo hice medio treparme en la complicada camilla y ya mi Jhosimar estaba afuera.
Ya a esa hora toda la familia, menos mi padre (que se encontraba de viaje), estaba en el hospital. Todos tenían curiosidad por ver a "mi negrito".
Mientras me cosían la herida que hacen para que salga cómodamente me lo pusieron en mi pecho, que momento más tierno. Creo que no hay palabras para describir ese primer contacto. Sus ojitos, su cabello rizado, su piel suavecita, su leve llanto. En ese momento lo amaba, pero todavía no tenía idea del maravillo tesoro que me había encomendado custodiar.
Esto es sólo el comienzo de la historia de una madre y su hijo...