viernes, 11 de enero de 2013

Mi primera vez como modelo

Recuerdo aquella vez que hicimos que una modelo de talla 11 en calzado se metiera unos botines talla 8. Lo recordé y no me di cuenta del sufrimiento que suponía hasta aquel momento en que me hicieron vivir casi lo mismo. Y sí, lo recordé cuando mis pies estuvieron metidos en un zapatos que corrían un poco chicos.

No solo fue tener los pies encogidos dentro de ese tortuoso espacio, sino que al igual que a la modelo, me hicieron posar. Mas no solo fue estar paradita para la foto, en verdad tuve que hacer las veces de chica fashion frente a un flash profesional. ¡Casi pude morir!

—¡Vamos, posa!, decía el fotógrafo.

Pero si no puedo ni caminar, clamaba en mis adentros, (menos quejarme públicamente). Pensaba una y otra vez en todas esas chicas que en algún momento debieron meter sus pies en zapatos tres tallas más chicas y encima yo les exigía actitud.

—¡Con actitud!, reclamaba mi querido Luciano.

—¡No puedo caminar, mis pies me duelen!, seguía pensando.

—¡No tan seria!, exigía el fotógrafo.

Pero que si me río se me verán más grande mis cachetes, dije en alta voz.

Reíte así, me mostraba Luciano mientras en su rostro dibujaba una sonrisa en la que se veía un rostro amable sin enseñar los dientes, pero con los labios abiertos. (Qué complicado, ¿no?).

En cuanto logré olvidarme del dolor de pies (porque sí se puede) y meterme en mi papel de mujer afable. Entonces me dicen lo inimaginable.

—¡Con actitud en la mirada, algo seductor, pero no muy sexy!

Creo que Luciano olvidó que yo escribo y eso era demasiada información para mis capacidades. Además en ese momento volví a acordarme de mis cansados pies.

—Cruza una pierna. —¿Estás seguro?, le pregunté. ¡Creo que si muevo un pie me voy a ir de lado como un árbol!

Luciano ignoró por completo mi reclamo y se quedó con la cámara apuntando y esperando a que yo siguiera sus indicaciones. Justo lo que hacemos cuando estamos con las (a partir de ese momento) pobres y sacrificadas modelos. Él no tuvo ni un poquito de consideración con mis pies.

Ni modo, tuve que mover mi pierna y cruzarla e incluso sacar mi lado seductor. Yo sufría, mas él me decía que lo hacía lindo. Cierto o no para mí eran una recompensa esas palabras. Creo que era lo menos que me podía decir si al mismo tiempo me pedía que pasara la pierna derecha sobre mi pie izquierdo a la vez que ponía mi tronco hacia la derecha y mi rostro hacia la izquierda (esto estaba peor que un problema de física nuclear). Así transcurrió esa hora, acompañada de mi temor por terminar como un pretzel (un pretzel con pies apretados).

Creía que habíamos finalizado la tortura y Luciano me dice vamos a hacer cuatro más.

—¡Pero si ya llevamos un montón!, lo dije a mis adentros. Ni modo, debía continuar con mi labor.

Cuando quien se había convertido en fustigador me mencionó “listo, terminamos este cambio”, me sentí realizada. Y por suerte los siguientes zapatos no me apretaban... no me apretaban tanto.