sábado, 7 de julio de 2018

La razón de los porqués

Ese dolor en la frente y el cosquilleo en el cuello es algo de todos los días. Ahora se añade una no muy fuerte pero sí persistente dolencia en la rodilla derecha. Parece que entre más tenso el día, más se acentúa el cosquilleo en ese sector del cuerpo. Luego de una visita obligada al médico, la recomendación es dejar de hacer lo que estoy haciendo para que disminuyan los males. Es absurdo, pensé inmediatamente, sobre todo porque mi fiel compañero Jhosimar me sugiere bajarle al movimiento. ¿Qué es una vida sin movimiento? Me muevo para salir de casa. A las 3:30 a.m. (como muchos) doy esa primera pisada fuera de cama. Un sendero que me lleva directo al baño para cumplir con ciertas responsabilidades fisiológicas y de aseo, forman la primera ronda de la coreografía. Seguido hay una mezcla desplazamientos cortos que hacen que me conecte con la cocina. Una vez tengo domada esa composición, entra en acto Anna Sofía. La pequeña también debe moverse. Unos 15 minutos antes de las 4 de la mañana hace caso del protocolo fisiológico y de buena presencia. A las 4 en punto ambas danzamos juntas, ella sobre mí, a la par de unos tres bolsos más. Son 30 minutos hasta la parada, donde nos encontramos con otros danzantes. Nos quedamos un poco quietas, quizás no tanto, pero sí en tiempos más cortos, mientras vamos en el vehículo que nos lleva a la gran antesala. En la nunca asueñada y siempre efervescente 5 de mayo nos acoplamos a los ritmos de decenas de colegas bailarines. Cada uno ocupa su posición y todos forman un gran ballet, la coreografía nos lleva hasta el Metro, donde bajan un tanto las velocidades de la melodía. Se mete a un compás más lento el siguiente acto y de pop pasamos a un danzón. Toca levantar las piernas para entrar a otro vehículo y de ahí a la nueva pieza. Las bailantes se separan, después de dos horas una sobre la otra. Anna Sofía se hace dueña de su propia presentación, en la que no deja de hacer maromas. Sigo con mi parte, esta vez al ritmo del canto de las aves y del jadeo de corredores. Bailo, canto, camino, a veces salto un poco, hasta llegar al gran edificio amarillo. Allá el baile se torna sobrio, muy medido, muy cauto pero nunca quieto. Así son las siguientes 8 horas. Luego de ellas inicia de nuevo el rock and roll. Las rodillas se activan y se cumplen los mismos pasos, solo que a la inversa. Según el día van cambiando los bailarines, se agregan otros, nos movemos más. Nunca quietas. Así es la vida, una gran presentación que no acaba jamás. Se mueven los escenarios, se añaden más bailarines, otras veces toca solos, pero nunca, nunca, nunca se está quieto nadie. El que no se mueve muere, si no hay pasos no hay vida. Si no me muevo mis sueños se acaban, si no me muevo mis hijos no viven, si no me muevo no hay cambio garantizado. Tengo dos hijos, dos niños llenos de vida. Mi razón de existir en este instante es la garantía de una vida distinta para esos dos niños. Solo lo lograré a través del movimiento entorno a ellos. Hoy siento que mi cuerpo no puede dar un paso más, por eso hago este relato, para recordarme con precisión el porqué de este esfuerzo. Necesto que mi cerebro se conecte con mis objetivos. Pienso en lo que le puede esperar a Jhosimar y a Anna Sofía si decido no moverme, descansar, no avanzar, no madrugar... eso que los espera es justo lo que no puedo permitir que ocurra. La vida que llevo es por ellos y para ellos. La verdad me siento impotente, la peor pobre, la más débil. Esto que hago es el día a día de miles. Yo debo poder.